El músico, creador de influyentes bandas como Los Visitantes y Don Cornelio, falleció imprevistamente este jueves, tras desvanecerse mientras caminaba por la avenida Díaz Vélez

La muerte de Palo Pandolfo es otra pincelada negrísima en esta era siniestra. El frío colectivo que se apoderó de miles de personas en la tarde del jueves, que se lanzaron a las redes esperando una desmentida, un chiste de mal gusto, da apenas una idea de lo que significó Roberto Pandolfo para la cultura. No “cultura rock”, eso fue solo una de las facetas de Palo, la más notoria en los salvajes años ’80, cuando el nombre Don Cornelio y La Zona se convirtió en contraseña de antros calientes, sudorosos, de brazo en alto desafiándolo todo con “¡Si ya estás en la azotea… saltá!”. Pero Palo fue más que eso, lo atravesó, lo sobrevivió -porque ojo, lo de “salvajes” no es solo un término para reforzar la frase-, y siguió y amplió sus horizontes y mostró sus garras poéticas y bajó los decibeles sin resignar nunca la intensidad.

Palo, apenas 56 años y mucho por hacer, se desvaneció en la Avenida Díaz Vélez al 5200, y ya no despertó. Es lo poco que se sabe a la hora de cerrar esta edición y de todos modos no sirve para nada: igual duele demasiado hablar de él en pasado.

Porteñísimo habitante del barrio de Flores, nacido el 22 de noviembre de 1964, el jovencito Palo transitó las aulas del Enetilah, el legendario industrial Huergo, soñando con poesías y músicas que facilitaran el ingreso de esas palabras al corazón y la mente de quien escuchara. De 1979 a 1983 lo intentó con Sempiterno, banda juvenil que abriría paso en 1984 a Don Cornelio, una patada en la mandíbula del rock local. En la era de los pubs, el grupo que completaban el guitarrista Alejandro Varela, el bajista Federico Ghazarossian, el tecladista Daniel Gorostegui Delhom, el baterista Claudio Fernández y el saxofonista Fernando Colombo se convirtió en habitante natural de una realidad que se iba desgajando: a medida que se evaporaba la efervescencia de la recuperación democrática, esas canciones proporcionaron la perfecta banda de sonido.

“Ella vendrá”, “El rosario en el muro”, “Cenizas y diamantes”, “Tazas de té chino”, “La primera línea”: en las canciones de Don Cornelio, en la pluma de Palo, se sintetizaba lo que parecía imposible expresar entre un público joven que todavía procesaba la dictadura y posdictadura, el debate ideológico alrededor de Malvinas y el rock, la angustia de sentir que se andaba entre escombros y jirones de un presente y un futuro lleno de promesas nunca concretadas. Como un druida de barrio, Palo Pandolfo hizo catarsis poética y convidó con ella a un público en el que, sí, abundaban los bretos negros como señal de inevitable darkosidad, pero al que el cantante, guitarrista y poeta invitaba a zambullirse bajo la superficie estética. Cantar, susurrar, rugir ideas eléctricas que hicieran sentir que aún en el desamparo había fortaleza.

Cantor de voz rasposa y atrapante, expresiva y siempre jugando con el límite. Hombre expansivo, querible y querido, capaz de terminar un diálogo periodístico y extender la charla hasta confines impredecibles, seguir porque sí, porque había leído y escuchado tanto y tantas cosas lo movían a curiosidad que no perdía la oportunidad del intercambio. Poeta antes que letrista, artista antes que solo músico, sobreviviente de mil batallas -y por ello, otra vez: qué difícil creerlo-, Palo Pandolfo atravesó cuarenta años de carrera artística sin dejar de soltar diamantes aquí y allá. “Tu amor”, la canción que acababa de estrenar junto a Santiago Motorizado, tiene tal luminosidad y optimismo que no hay manera, no la habrá, de acostumbrarse a este gris atardecer.

fuente: pagina12.com.. gracias