En la lejana Tesalia, existe un lugar místico, lleno de espiritualidad y belleza.
Como suspendidos del cielo, así de hermosos se ven a la distancia los seis monasterios de Meteora.
Justamente el término “meteora” proviene del griego y significa “caídos del cielo”. Y esa es la impresión que dan estas antiguas y silenciosas construcciones, allá en Grecia, en la lejana región tesálica, a una altura cercana a los 600 metros.
Visitarlos implica, literalmente, elevarse. Y esa es lo que buscaban los monjes fundadores: acercarse a Dios en cuerpo y espíritu.
¿Cómo surgieron estos monasterios?
Todo comenzó en el Siglo XI, cuando unos monjes ermitaños, ansiosos por acercarse a Dios en silencio y soledad, se instalaron en las cuevas de Meteora.
El lugar era ideal: las cimas de unas elevadísimas rocas pulidas por la Naturaleza.
Según antiguos escritos cristianos, este sitio había sido enviado desde el cielo a la Tierra para convertirse en un emplazamiento sagrado, dedicado a la oración.
La historia cuenta que fue Atanasio de Meteora, -expulsado por razones desconocidas de otra región monástica, ubicada en el monte Athos- quien fundó el primer monasterio, el de la Transfiguración, seguido de varios fieles.
En el siglo XV, se produjo un renacimiento del ideal eremítico, que implicaba la búsqueda de Dios a través de la oración y la soledad.